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Imagen 1.

Costado Este del edificio de la Antigua Aduana de San José, 1888, (2019).

Fotografía del autor.
 

*Esta es una publicación gratuita. CCECR y Operaciones han liberado los derechos de este libro para usos no comerciales; se permite ampliar, ajustar, editar y traducir el contenido a través de cualquier medio de reproducción, electrónico o mecánico, siempre que el producto sea para usos no comerciales.

[1] La obra en cuestión es parte del arreglo sonoro curado, editado y compilado por Otto Castro bajo el título Paisajes Sonoros Urbanos Liminales y producido junto con esta publicación. [N. del E.]

[1] La obra en cuestión es parte del arreglo sonoro curado, editado y compilado por Otto Castro bajo el título Paisajes Sonoros Urbanos Liminales y producido junto con esta publicación. [N. del E.]
[2] Ver supra, nota 1.
[3] Otto Castro, «La Ciudad como fuente de Sonidos para la Creación», Resonancias: Revista de Investigación Musical 23, n.o 44 (2018): 143-50, https://doi.org/https://doi.org/10.7764/res.2018.42.8.
[4] La caminata sonora propuesta recogió los espacios sonoros de esta área localizada al este de la ciudad. Nuestros pasos parten desde el Parque República de Francia con dirección norte por el pasaje interno que se encuentra entre el Edificio de la Antigua Aduana y la remozada Casa del Cuño para rematar en el paso peatonal que se ubica justo al frente del pórtico de la Iglesia Católica de Santa Teresita del Niño Jesús y que atraviesa la Calle 23. Luego se dirige con rumbo oeste hacia el área de emergencias del Hospital Rafael Ángel Calderón Guardia, prosiguiendo finalmente hacia el sur en búsqueda de un tumultuoso espacio como lo es la principal terminal ferroviaria interurbana localizada en el emblemático edificio de la Estación del Ferrocarril al Atlántico.
[5] Castro, «La Ciudad como fuente de Sonidos para la Creación».

Apuntes epistemofónicos en torno a Barrio Escalante.*

Marco Antonio Quesada.

Otto Castro (comp.) | abr. 24, 2020.

​ISBN: 978-9930-9652-3-8

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I. Prolegómeno.


La muestra del paisaje sonoro que será referida corresponde a un producto artístico desarrollado a partir de los ejercicios propuestos durante la residencia artística organizada por el Centro Cultural de España en Costa Rica (CCECR) durante la primera semana del mes de mayo del 2019. La residencia estuvo a cargo del músico MM. Otto Castro Solano, doctorando del programa de Tecnología Musical que imparte la Universidad Autónoma de México (UNAM).  
En conformidad con la formación artística del autor, el trabajo se inserta como una ópera prima dentro del campo del paisajismo sonoro; ya que la mayor parte de la producción artística del autor proviene de un lugar con tintes institucionalizados, cultivados a la sombra de las enseñanzas tradicionales propias de un estudio academizado de la música. No obstante el listado general de esta producción musical es más que discreto, y es vano tratar de encasillarla como una propuesta estilística única. Por el contrario, merced del temperamento histriónico y extrovertido, soy un músico tanto versátil como ecléctico, y esto es evidente cuando –desenfadadamente- me he decido incursionar en el campo del paisajismo sonoro.


La pequeña obra que se presenta en esta oportunidad[1] está compuesta por múltiples muestras sonoras realizadas en el entorno a Barrio Escalante  (lat: 9.95 long: -84.05); una zona de aproximadamente unas 49 cuadras situada al margen noreste de la ciudad de San José, Costa Rica, y que actúa como un área de interconexión entre el centro de la urbe y el área periférica que –actualmente- combina residencias de delicada arquitectura y otras adaptadas para su uso como pequeños comercios (que incluyen desde fondas, restaurantes, supermercados y oficinas comerciales diversas). Aunque es difícil establecer sus límites con precisión; se estima que esta zona cuenta con varios lugares considerados representativos –por su uso o por su arquitectura- en el abigarrado y desordenado trazo del croquis urbano de San José. Así pues, el breve ejemplo acusmático que será referido incorpora espacios urbanos que –en diferentes instancias- se establecieron como espacios para la socialización, a saber: el Parque República de Francia, la terminal del Ferrocarril Interurbano de San José (sector noroeste), el Centro Ferial de Exposiciones del edificio de la “Antigua Aduana”, el área de ingresos médicos y Emergencias del Hospital Rafael Ángel Calderón Guardia y las inmediaciones y el interior del Templo Católico de Santa Teresita del Niño Jesús. Todos estos enclaves se entrelazan por medio de la utilización recurrente de signos sociales como pitoretas, ambulancias, locomotoras y los sonidos de los pasos peatonales.


Otro de sus límites está dado por la calle 17 que recorre con dirección sur-norte y pasa al frente del Hospital Calderón Guardia. Este nosocomio, es el segundo en importancia dentro del sistema de seguridad social costarricense y atiende a un amplísimo segmento de la población capitalina que habita en el sector oriental de la Gran Área Metropolitana (GAM). Está conformado por varios edificios que se han agrupado en torno al emblemático edificio de la institución de estilo modernista con elementos de art decó (diseñado por el arquitecto José María Barrantes en 1937). El área constructiva está distribuida entre algunos edificios anexos de mayor dimensión y altura que –con un diseño arquitectónico más funcional- pretende actualizar tanto la eficiencia del inmueble como la vigencia del cometido social y sanitario que debe cumplir esta institución. En este lugar fueron realizados muestreos sonoros del entorno hospitalario.


Otro de los edificios más carismáticos de esta zona residencial es el Templo Católico de Santa Teresita del Niño Jesús (arq. José Ma. Barrantes & arq. Teodorico Quirós, 1930), en cuyo interior se realizaron muestreos sonoros que forman parte del registro documental que acompaña estas notas.[2] Y todo ese recorrido por esta zona de la capital se rubrica con la visita al Parque República de Francia, pequeño enclave que –en medio del tumulto citadino- aparece como un refrescante oasis con sus jardines y sus banquetas, rodeando una pequeña fuente que se yergue frente al hierático busto de Marianne y de la cual capturo su sonido y el de los pájaros que gorjean a su alrededor.


II. Caminata sonora.


El recorrido realizado por los alrededores de Barrio Escalante lo expuso como un espacio dinámico y cambiante; sus principales vías de tránsito, tanto las de acceso como las de evacuación están estratégicamente diseñadas para conectar el flujo vehicular y peatonal hacia importantes puntos que se encuentran en el pórtico del casco urbano. Su estratégica distribución permite acceder con relativa celeridad tanto al nosocomio más importante del área (el Hospital Rafael Ángel Calderón Guardia) como a la principal terminal ferroviaria interurbana (la Estación del Ferrocarril al Atlántico). Desde esta terminal se efectúan recorridos frecuentes tanto hacia el este (ruta a la provincia de Cartago), el noroeste (ruta a las provincias de Alajuela y Heredia) y el oeste de la Gran Área Metropolitana, dirección que conduce a la distante comunidad de Pavas.


Por las mañanas, este sector capitalino es una importante zona de tránsito (vehicular y peatonal) dirigido hacia centros de educación media y superior, así también como para un nutrido grupo de trabajadores y usuarios de los innumerables comercios ubicados en torno al susodicho complejo hospitalario y hacia otros importantes sitios de socialización y esparcimiento, como lo son el amplio edificio de la Antigua Aduana –con su sala de teatro (Teatro La Aduana)- y la Casa del Cuño, un edificio que hace gala de una intervención arquitectónica que en busca de un concepto más amigable del desarrollo en planta del inmueble, a fin de que permita la realización esporádica de actividades culturales a manera de performance. Esta área también funge como una recurrente zona de paso para aquellos habitantes que consuetudinariamente ingresan a la ciudad y provienen de los cantones periféricos de Coronado, Moravia y Goicoechea. La cercanía del complejo de edificios que aloja tanto al Primer Poder del Gobierno de la República –el Poder Legislativo o Congreso Parlamentario- como al Poder Judicial y la Corte Superior de Justicia invisten a esta zona de una atmósfera dinámica que contrasta radicalmente con el aire de tranquilidad que se respira en la cerca de los pequeños sitios de socialización –como son la Plaza de El Farolito, el Edificio de la Antigua Aduana, el Parque de la República de Francia y la Iglesia Católica de Santa Teresita del Niño Jesús-, que surgen como plácidos claros en medio de aquel dinámico panorama del espacio recorrido. Por las tardes –y sobre todo-, cuando se acerca el crepúsculo, la actividad del Barrio Escalante se transforma para abrir paso a la vida nocturna que se filtra en las innumerables fondas y restaurantes que pululan en la zona.


Para dar cabida al ejercicio de la caminata sonora y preestablecer la ruta crítica del recorrido se realizó un pequeño ejercicio de visitación y observación de la zona en 2 ocasiones específicas a lo largo de los tres días antepuestos al registro. Tras la ponderación de variables como la afluencia del tránsito en horas pico y condiciones ambientales preponderantes; se decantó por aplicar un horario matutino cercano a las 10:00 h.


En cuanto a las meditaciones venideras, éstas están reforzadas y socializadas por la aplicación de la técnica de la caminata sonora, una herramienta acuñada en los años setenta por el grupo canadiense World Soundscape Project (WSP) que consiste en una caminata orientada principalmente a la escucha del entorno –ya sea urbano; ya sea rural- y al reconocimiento de las interacciones antropológicas, biológicas y sociales, y mediante la cual surgen percepciones, sensaciones y reflexiones sobre la observación del entorno y de la comunidad. Citando a Castro, se considera que


los pioneros del World Soundscape Project (WSP) plantearon la idea de que el entorno cotidiano inundado de sonidos podía estudiarse a través de registros sonoros con el fin de heredar a futuras generaciones una imagen sonora, tal vez lejana pero un indicio de la realidad captada por medio de la tecnología, de una localidad en particular. Era básicamente un rito simbólico con una carga sentimental depositada sobre un soporte, en este caso, magnético. Se deseaba, a través de este proceso, revivir por medio de una grabación que se había realizado desde una intencionalidad subjetiva, una escucha particular. Es decir, brindar a otros, a través de la tecnología, un fragmento espacio-temporal.[3]


Para un lego en estos avatares, pretender dibujar el paisaje sonoro del área responde a la pregunta de cómo reaccionar perceptiva y sensitivamente ante los sonidos que se generan en los espacios estructurales del entorno, partiendo de la circunstancia hipotética de encontrarme privado de la visión. En este sentido; no se puede recurrir a la actitud consuetudinaria –y casi instintiva- de quien se asoma a nuevas experiencias y se inclina por un ejercicio de observación meticulosa de la situación, del entorno, del paisaje. Aquí, extrañamente, más bien se recurre a la escucha profunda, a la auscultación de todo aquello que se pretendería observar, como desoyendo coloquiales refranes de nuestros ancestros (quien oye consejos llega a viejo); como si lo visual fuera suficiente para moldear y determinar íntegramente la experiencia. Pareciera ser que nuestra sociedad actual desatiende y desestima en demasía lo atinente al entorno sonoro… a la valoración de lo acústico como complemento necesario de lo escópico. Esta valoración privilegiada que ha recibido lo visual de nuestra parte podría quedar en entredicho si se tomara en cuenta que –precisamente- el tacto y la audición son dos de los sentidos de los cuales el ser humano se vale incluso antes del momento mismo del alumbramiento; el gusto y la visión son de los últimos en ser aprovechados. Ergo, la primera motivación para enfrentar esta experiencia fue la pregunta de cómo podría interactuar con mi entorno sin contar con más herramientas que los referentes que podía aprehender a través de la escucha atenta y del sondeo de dichos espacios por medio de un torpe e inseguro deambular apoyado en una exploración táctil propioceptiva y quinesiológica de los mismos realizando –en primera instancia- la caminata a ciegas.


A partir de esta experiencia preliminar, nos preparamos para la caminata sonora[4] y surgieron en el investigador interrogantes acerca de los sonidos que habitan y nutren dichos espacios y que interactúan cual urdimbre en una dinámica variopinta y hasta excluyente donde se conjugan zonas copadas de gran tránsito peatonal y vehicular con recónditos parajes que resultan solazosos y propicios para establecer encuentros que propicien una charla distendida entre habituales y desconocidos.


III. Somera descripción del paisaje sonoro urbano del Barrio Escalante a partir de la exploración de sus espacios estructurales más representativos.


A raíz del recorrido surgieron las primeras inquietudes personales respecto a lo que se escucha y lo que se siente cuando se escucha; asimismo las reacciones de los transeúntes que se preguntan cuál es nuestro cometido y qué estamos hurgando acompañados de nuestros cuadernos de notas y artefactos de grabación.  Percibimos la estupefacción de los mismos que no logran comprender el porqué de nuestro interés en registrar sonidos. ¿Turistas o dementes? Esta preferencia por registrar lo acústico en lugar de registrar lo visual se percibe como atípica... anormal –¿Acaso lo normal no sería registrar imágenes (fotos/video)?- Entonces, ¿por qué registrar sonidos?


El recorrido permite hurgar y establecer los comportamientos autómatas de los transeúntes. La estupefacción de los mismos ante la ejecución impávida de nuestra actividad irrumpe como bofetada en la abúlica cotidianidad. Para nuestra experiencia, el deambular por los parques, caminar por las aceras codeándonos con ellos, incursionar por los entornos del nosocomio, ingresar al Templo Católico y explorar en su interior las prácticas de los feligreses –en medio de sus rituales y trasgrediendo con el micrófono ese sacrosanto entorno- nos ha permitido conocer cómo espacios instauran sus intrínsecas auras. El súbito sonido de la bocina del tren accede a reconocer la coexistencia de entornos sonoros absolutamente contrastantes donde la más sobrecogedora placidez espiritual se ve transgredida abruptamente por su apabullante y sórdido sonido. De pronto, nuevamente se toma conciencia de estar inmersos en la ciudad, esa ciudad que


[…] es un centro que brinda trabajo a la mano obrera. “Oportunidades” para los locales, y posiblemente para muchas personas que provienen de afuera de la ciudad o de la periferia. La ciudad, a través de sus estrategias y posibilidades, se llena entonces de sonido de multitud.[5]


IV. Hacia algunas conclusiones.


Es así que –desde la mirada del otro- la caminata sonora puede verse como un ejercicio tanto chistoso como misterioso, pero que para nuestros propósitos permitió evidenciar la pobre percepción que tenemos de los espacios que recorremos y habitamos cotidianamente, al punto de sentirlos rutinarios y monótonos, como si nos impidieran descubrir que –al igual que nuestros propios cuerpos- estos sonidos nos recorren y nos poseen diariamente en una interacción inconsciente que es capaz de determinar la aspiración y el propósito de nuestra propia existencia. Esta postura que asumo tras efectuar la caminata sonora se podría alinear, claramente, con postulados psicoanalíticos de Freud, quien considera que el hombre –como sujeto- está sujeto al inconsciente, y que este inconsciente que determina sus actos y emociones elude, desconoce y desprecia toda forma de dominio ejercido por la conciencia y los pensamientos conscientes. Por el contrario, el inconsciente freudiano actúa como una noción tópica y dinámica del aparato psíquico que tiene contenidos y mecanismos regidos por una energía y unas leyes que le son propias; y del cual sólo somos capaces de tener aproximaciones por medio de formaciones simbólicas del mismo como lo son los lapsus, los chistes, los juegos de palabras, los actos fallidos, los síntomas y los sueños.


La caminata sonora nos permitió reconocer el surgimiento de acciones y reacciones habituales y de las posibles interacciones emergentes que se asoman entre aquellos usuarios transitorios de la cotidianidad citadina anquilosada en sus espacios. Nos permitió elucubrar cómo la ciudad –al igual que sus habitantes- también desenvuelve una existencia inconsciente propia, poblada de espacios interactivos plagados de charlas, de chistes, de juegos, de síntomas y de realidades sociales y de sueños que la nutren perennemente.

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