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*Esta es una publicación gratuita. CCECR y Operaciones han liberado los derechos de este libro para usos no comerciales; se permite ampliar, ajustar, editar y traducir el contenido a través de cualquier medio de reproducción, electrónico o mecánico, siempre que el producto sea para usos no comerciales.
 
Fotografía: Luis Roberto Chavarría, DerechoZurdo.
Cualquier institución cultural contemporánea debería proporcionar lo que fuese necesario para evaluar críticamente a la sociedad en la que se inscriba.*

Núria Güell.

Centro Cultural de España | may. 17, 2018.

ISBN: 978-9930-9652-0-7

Llamamos sociedad al conjunto de personas o comunidades que conviven bajo las mismas leyes o normas, y eso quiere decir que las instituciones culturales, para poder facilitar la evaluación crítica de la sociedad, deberían, de alguna forma, permanecer al margen de la misma. Pero resulta que lo que llamamos cultura, a lo que se dedican dichas instituciones, es uno de los medios a través de los cuales el Poder –o sea, el emisor y protector de las normas o leyes bajo las que conviven personas y comunidades– se legitima y perpetúa. Lo que quiere decir que el espacio expositivo, tan arraigado en museos, galerías y centros de arte, es un espacio sustentado por el Poder; la práctica expositiva es una práctica que estableció el Poder. Aquí nos encontramos con una contradicción o conflicto. El Poder hará todo lo posible, y es mucho lo que puede, para que todo lo que sucede a través de esas instituciones no haga otra cosa que afianzarlo, o al menos que no moleste.


Esta premisa nos hace cuestionar qué tan político puede ser el arte dentro de la institución. Cambiar los modos de producción y remover la estructura institucional en función de posibilidades otras, podría ser una vía para que un arte politizado des-inmunice lo pretendidamente impoluto. Esquivar o aprovechar todas las protecciones o defensas del Poder para mostrar, en y a través de sus espacios, aquello que no es fácil ver o sentir ni dentro ni fuera de dichos espacios, se presenta como otra posibilidad. En esta ocasión optamos por no pedir permiso, trabajar desde el anonimato y generar interferencias en la esfera pública para que el conflicto y el disenso que forman parte de la vida, fueran los detonantes que favorecieran una evaluación crítica sobre las nociones éticas, estéticas y políticas que sustentan el supuesto pacto social; este también, mucho más impuesto que consensuado.

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